En busca de Guanahaní
Revista de Historia Naval. Tercer Trimestre 2023
La Historia Marítima en el mundo/La Historia vivida
Pedro Pérez-Seoane Garau. CN-Dtor. Biblioteca Central de la Marina
En la noche de más viento y mar de toda su travesía por el Atlántico vieron o creyeron haber visto una luz en el horizonte. Ya fuese fruto de su imaginación o una luz real, lo cierto es que a las pocas horas, tras el acostumbrado rezo de la Salve, “a las dos oras después de media noche pareció la tierra, de la qual estarían dos leguas (…) hasta el día Viernes, que llegaron a una isleta de los Lucayos, que se llamava en lengua de yndios Guanahani”. Fue Rodrigo de Triana1 , de la carabela Pinta, el primero en gritar tierra aquel 12 de octubre de 1492.
Cristóbal Colón bautizó aquella isla, llamada Guanahaní por sus habitantes, con el nombre de San Salvador. Tomó posesión de ella en nombre de Isabel y Fernando, la exploró durante dos días y zarpó de nuevo en demanda de otras pequeñas islas que fue descubriendo (Santa María de la Concepción, Fernandina e Isabela) hasta llegar a la actual isla de Cuba. ¿Sabemos con certeza a qué isla arribaron las naves de Colón aquel 12 de octubre? La respuesta, por sorprendente que pueda parecer, es que no. A día de hoy no hay consenso entre los historiadores y académicos acerca del cuál es la isla del Descubrimiento. Como tampoco pueden identificar con seguridad esas tres islas mencionadas y descubiertas en la ruta hacia Cuba2.
Aunque es verdad que no tiene actualmente ninguna trascendencia política, ni histórica, saber cuál de las islas Lucayas es aquella Guanahaní, sí puede resultar paradójico que la hazaña geográfica más trascendental de la historia de la humanidad, como la calificó el cronista López de Gómara, siga siendo un enigma más de cinco siglos después. Y no ha sido precisamente por falta de estudio del problema; muy al contrario, hay cientos de trabajos al respecto, que tratan de identificar aquella primera isla que Colón llamó «San Salvador» y que en adelante referiremos como Guanahaní para evitar confusiones con la actual isla de San Salvador3 . Bien es cierto que durante siglos no se planteó controversia alguna sobre el enclave de esta isla. La primera referencia la encontramos en 1731, en un trabajo del naturalista inglés Mark Catesby4 , en el que afirma que a donde arribaron las naves de Colón es a la actual Cat Island. Pasaron sesenta años, y el gran historiador de Indias español Juan Bautista Muñoz sostuvo, en cambio, que fue la isla de Watling5 . Ya había dos islas candidatas (separadas 40 millas náuticas) al ocaso del siglo XVIII, aunque ninguno de sus proponentes había dado demasiadas explicaciones del porqué de su elección. Hay que esperar hasta el XIX6 para encontrar los primeros trabajos metódicos que abordasen con seriedad la identificación de Guanahaní en las Bahamas Centrales.
Será otro español, el insigne marino Martín Fernández de Navarrete, el que en 1825 aporte el documento clave para la investigación: la transcripción del manuscrito de fray Bartolomé de Las Casas del diario de Colón7 (en adelante, el Diario) y presenta, además, una nueva candidata, las Turks Islands, como la verdadera Guanahaní. Fernández de Navarrete tampoco argumentó cómo llegó a tan extraña conclusión, y al final de sus días rectificó y aceptó la isla de Watling propuesta por Juan Bautista Muñoz.
Afamados historiadores terciaron también en la disputa a partir de entonces, ahora sí argumentando, con mayor o menor rigor, sus propuestas.
(2) En el fondo se trata de la misma cuestión, ya que la situación de la primera isla descubierta arrastra, casi sin discusión, a la identificación de las tres islas siguientes.
(3) Llamada Watling hasta 1926, en que fue rebautizada por los ingleses como San Salvador.
(4) En su obra The Natural History of Carolina (2 vols.) London, 1731-1747.
(5) Lo hizo en su Historia del Nuevo Mundo (Madrid 1793), resultado del encargo que, en 1779, le había hecho el rey Carlos III para escribir la historia del Nuevo Mundo.
(6) Anteriormente, en 1642, el influyente cartógrafo Joan Blaeu había publicado un mapa en el que la leyenda “Guanaham[n]i o S. Salvador” aparecía junto a la actual Cat Island, sin que el autor aportase datos de cómo había llegado a esa conclusión. Esta confusión entre dos islas próximas (Guanima/Cat Island y Guanahani/Watling) fue copiada por muchos cartógrafos posteriores y así perduró hasta bien entrado el siglo XVIII.
(7) Lo hace en su gran obra Colección de los viages y descubrimientos que hicieron por mar los españoles en el siglo XV. El manuscrito lo encontró en los archivos del duque del Infantado y actualmente se encuentra en la Biblioteca Nacional de España.
Washington Irving apostó por Cat Island8 en su famoso libro Life and Voyages of Christopher Columbus, de 1828, lo mismo hizo Alexander von Humboldt en su Examen critique de l’ historie de la géographie du nouveau continent en 1837 (incluyendo como argumento, por primera vez, la carta de Juan de la Cosa). Ya a finales del siglo XIX, el capitán de navío estadounidense Gustavus Fox publicó en 1882 una monografía en la que, descartando la cartografía como herramienta útil para solventar el problema, y basándose exclusivamente en una nueva traducción del Diario, hacía una exhaustiva crítica de las teorías propuestas hasta entonces (especialmente la de la isla Cat), para llegar a la conclusión de que la isla del descubrimiento fue la actual Samana Cay (situada unas setenta millas náuticas al SE de Watling). A Samana se unieron posteriormente nuevas candidatas: Mayaguana (Francisco de Varnhagen, en 1864), Egg Island (Arne Molander, en 1883), Conception Island (Gould, en 1943), Caicos Island (Pieter Verhoog, en 1947), Plana Island (Didiez Burgos, en 1974) y de nuevo la Grand Turk (Power, en 1983).
(8) También propusieron esta isla de Cat el francés Jean Barnard de La Roquette, en 1828. El barón de Montlezun, en el mismo año; el capitán de navío inglés A.B. Becher, en 1856, y el cubano José M.ª de la Torre, entre otros.
Especial interés tienen los ensayos que dedicó el profesor de Harvard Samuel E. Morison a los viajes de Colón en general y a este asunto en particular. Este almirante estadounidense es considerado un especialista en Cristóbal Colón desde la publicación de su Admiral of the Ocean Sea en 1942, obra con la que ganó el Premio Pulitzer. Desde entonces fue el principal valedor de la isla de Watling como la verdadera Guanahaní. Sin embargo, sus estudios han sido el centro de numerosas críticas por considerar que su traducción del Diario al inglés es tendenciosa y contiene interpretaciones poco rigurosas pero necesarias para acomodar el relato a su tesis de que es Watling la isla de llegada.
Asimismo, casi todas las revistas especializadas más prestigiosas se han hecho eco de este debate. Terrae Incognitae (de la Society for the History of Discoveries) dedicó en 1983 todo un volumen a exponer el estado de la cuestión en aquel entonces. The Mariner’s Mirror, Geographical Journal 69, The International Journal of Scientific History (DIO) y National Geographic también han dedicado numerosos artículos a este asunto. En esta última apareció en noviembre de 1986 un interesante trabajo de su editor, Joseph Judge, y Luis Marden que recogía una nueva investigación basada en aplicar el abatimiento, las corrientes y la declinación magnética a la derrota trasatlántica de Colón descrita en el Diario9 . Siguiendo este método, los autores concluyen que la isla a donde llegó Colón fue Samana Cay, que desde entonces se ha puesto a la cabeza de las islas competidoras con la de Watling.
Para concluir el devenir histórico de esta controversia, creemos conveniente traer a colación dos trabajos relevantes. El primero de ellos contiene una nueva aproximación al debate y se publicó en el Instituto Histórico de Marina (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), en los años setenta del siglo pasado, por el que fuera subdirector del Museo Naval, el Capitán de Fragata Roberto Barreiro-Meiro. Lo novedoso de su argumentación es que, en lugar de acudir al Diario, analiza la expedición de Ponce de León en 1513 para descubrir la Florida. En ese viaje, relatado por Antonio Herrera en su Historia general, los expedicionarios recalaron en Guanahaní a la ida y a la vuelta. Pues bien: tras un exhaustivo análisis de los textos, Barreiro-Meiro llega a la conclusión de que esa isla no puede ser otra más que Watling. El segundo trabajo es Columbus’s Plana Landfall, publicado en 1994 por Keith A. Pickering. Este profesor norteamericano hace un minucioso análisis comparativo de las siete principales islas candidatas y de su concordancia o discrepancia con varios elementos significativos del Diario; y, tras asignar en una tabla un valor numérico a cada uno de esos elementos para cada candidata, concluye que Plana Cay es la isla que más puntuación obtiene en cuanto a adecuación al Diario y que, por lo tanto, es la isla del descubrimiento.
(9) Este estudio se basa en datos de paleomagnetismo y en estimaciones de los vientos y corrientes predominantes a lo largo de la ruta que se conocen actualmente y se presuponen similares a los de 1492.
Casi todos los investigadores modernos (salvo el mencionado Joseph Judge) concuerdan en la forma de abordar la cuestión. Coinciden en descartar como método fiable la reconstrucción de la derrota trasatlántica desde La Gomera hasta Guanahaní, debido a la insuficiente precisión de las anotaciones del Diario y al error que se acumula durante tantos días de navegación. En su lugar, la mayoría de las investigaciones modernas optan por reconstruir, de forma inversa, la derrota del Diario desde Guanahaní hasta Cuba (punto geográfico no discutido), compuesta de tramos cortos en los que no se acumulan tantos errores de distancias y rumbos y cuyo relato contiene ricas descripciones geográficas de las distintas islas en las que van recalando.
Otro lugar común de los diferentes estudios publicados sobre el tema es la necesidad de interpretar las anotaciones del Diario en contraste con otras fuentes documentales, para que su isla propuesta resulte coherente con el relato de la navegación y las descripciones geográficas que contiene. En otras palabras, todos ellos necesitan alterar, obviar o interpretar ad libitum algún dato del Diario (distancias, rumbos o accidentes geográficos) que consideran inexacto, para que la ruta entre islas que proponen tenga sentido. Para resaltar esta necesidad interpretativa, es por lo que comenzábamos estas líneas sembrando la duda sobre la famosa luz que dijo haber visto el Almirante (“lumbre” la llama este), según el manuscrito lascasiano, a las diez de la noche en la víspera de su arribada a Guanahaní. Don Cesáreo Fernández Duro10 y otros muchos afirman la imposibilidad de haber visto luz alguna procedente de tierra, entre otras cosas porque a esa hora las naves de Colón estaban todavía a más de veinticinco millas náuticas de costa, y sólo una luz muy elevada y potente podría haber sido avistada a esa distancia. La única explicación plausible es que la luz proviniera de una de las dos carabelas que navegaban por delante.
Nos hemos referido en varias ocasiones a las fuentes documentales, y es ahí precisamente donde radica la explicación de que haya tal disparidad de islas candidatas a la gloria de ser la primera descubierta por Colón. Tan solo disponemos de los relatos de ese primer viaje colombino y de la cartografía de la época, pero es justo la falta de consistencia de esas fuentes documentales lo que deja abierta la puerta a distintas interpretaciones y conclusiones. Como es sabido, no se ha conservado el manuscrito original del diario del viaje escrito por Colón; lo que nos ha llegado es la referida transcripción que hizo de ese diario el obispo de Chiapas, fray Bartolomé de Las Casas, hacia 1530. Las otras dos fuentes significativas son la biografía de Colón que escribió su hijo, Hernando Colón, en 1571, y La historia de las Indias de Las Casas, concluida en 1561. Cuando nos referimos a las inconsistencias que hay entre ellas, no estamos haciendo un juicio de valor sobre su veracidad, sino sencillamente constatando que hay discrepancias en valores de distancias, rumbos, circunstancias, descripciones geográficas y demás instrumentos que todas ellas utilizan para recrear ciertos episodios relevantes del tránsito de la expedición desde Guanahaní hasta Cuba. Aunque en algunos casos se trate de diferencias pequeñas, es suficiente para que se llegue a una isla u otra según la fuente que se tome como referencia en ese tránsito y la interpretación que se haga de la misma. Las discrepancias son fácilmente entendibles si se tienen en cuenta las circunstancias en las que fueron redactados esos escritos: Hernando no acompañó a su padre en aquel primer viaje, sino en el cuarto, y por lo tanto debemos suponer que su relato bebe del diario desaparecido; por lo que respecta a las dos obras de Bartolomé de Las Casas, sus discordancias pueden deberse a una revisión hecha al cabo de los años. Desgraciadamente, no hay forma de contrastar la fidelidad de ninguna de ellas con el diario original, pero es importante destacar que el llamado Diario no es una copia fiel del original, sino una transcripción o, como el propio Las Casas dice, un sumario o síntesis abreviada.
Por lo que respecta a la otra fuente de la época, la cartografía, está en primer lugar la Carta de Juan de la Cosa (1500) que fue el maestre de la Santa María en aquel viaje. En esa carta, y en otras posteriores de los siglos XVI y XVII, aparece una isla con el nombre de Guanahaní junto a otras (Samana, Someto y Yumani). Pero, aunque algunos autores apoyan gran parte de su tesis en la cartografía, lo cierto es que ninguno de aquellos portulanos puede descifrar por sí solo el enigma de la isla del descubrimiento, más allá de confirmar que existía ese nombre y la posición relativa entre islas. La cartografía de la época no tenía ni la precisión ni los detalles geográficos suficientes para aportar pruebas definitivas acerca de qué isla es Guanahaní.
En definitiva, tras arduos esfuerzos de historiadores, nautas y científicos durante siglos de investigación multidisciplinar, no ha sido posible demostrar de forma irrefutable a qué isla llegó Colón aquel 12 de octubre. La principal fuente primaria, el diario original, ha desaparecido, nos han llegado sumarios redactados decenas de años después y portulanos sin información suficiente. Pero, aun en el caso de que esos escritos fuesen fiel reflejo de lo que escribió Colón a bordo de la Santa María, el debate seguiría abierto pues, como muy bien resume Ricardo Cerezo: “los rumbos y las distancias en el Diario de Colón transcrito por Bartolomé de Las Casas no cumplen las condiciones de exactitud que es menester para determinar con precisión el lugar de llegada de Colón a la primera isla descubierta, toda vez que no se pueden transformar en los que corresponderían a los rumbos y distancias verdaderos susceptibles de ser situados en una carta”.
11. CEREZO, Ricardo (1987). La derrota del primer viaje de Colón. Revista de Historia Naval,18. Madrid